DÍA A DÍA CRECE LA AMENAZA CLIMÁTICA

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Desde 1959 se conocen datos del Observatorio de Mauna Loa (Hawai), administrado por el gobierno de Estados Unidos. Todos los días este Observatorio informa la magnitud de los gases contaminantes acumulados, en 1959 la acumulación de gases llegaba a 316 ppm. Pasaron muchos años, siguieron las declaraciones y las promesas de los gobiernos y así se concreta en el 2015 el Acuerdo de París, las emisiones acumuladas entonces ya habían trepado a 400,8 ppm. En el 2018 se reúnen 197 naciones en Polonia (Katowice), cuando las emisiones llegaban a 408,5 ppm. Al momento de escribir esta nota en marzo el C02 acumulado había llegado a 411 ppm.

El límite que no debe ser cruzado si es que se quieren evitar graves impactos ambientales es de 450 ppm, como se observa nos estamos acercando a este límite sumamente peligroso por lo cercano. A este ritmo de constante crecimiento anual de gases acumulados cruzaríamos la barrera critica antes de veinte años. Es preocupante no solo que crezcan constantemente las emisiones contaminantes sino que no haya una firme expresión política de los países que padecerán en el futuro, parece que muchos anduviéramos distraídos respecto a esta amenaza real y creciente en la cantidad anual de desastres ambientales.

Nada esto es nuevo, ya que el Informe Stern nos había alertado en el 2006, que el cambio climático era una amenaza mundial, que exigía una urgente respuesta también a escala mundial, es decir de todos los países. Este informe Stern sostenía que aún era posible evitar los peores efectos previsibles del cambio climático si se actuaba con decisión a escala mundial. Los costos por reducir las emisiones entonces se estimaban que no superaban la quinta parte de los costos por no actuar y dejar que sigan creciendo las emisiones. Stern sostenía que el cambio climático ya representaba un reto único para la economía, pudiendo afirmarse que era el mayor y más generalizado fracaso del mercado jamás visto en el mundo, también afirmaba que las consecuencias “podrán ser graves e irreversibles”. Stern fue bien claro cuando expresó que “cuanto menor sea la mitigación que logremos ahora mayor será la dificultad de continuar adaptándonos en el futuro.”

En 2019 ya tenemos a China como el primer país contaminador, seguido por Estados Unidos. Por esta razón es importante seguir de cerca cómo avanzan las negociaciones anuales que organiza Naciones Unidas, a partir del Protocolo de Kioto, para considerar los medios propuestos para controlar y reducir las emisiones. En el caso de Estados Unidos ha sido negativo para la humanidad su nuevo posicionamiento en esta discusión. El presidente Obama durante sus dos mandatos había jugado un rol positivo en la arena climática internacional; participando activamente junto con los líderes chinos y europeos para encauzar positivamente las empantanadas negociaciones en la Cumbre Climática de Copenhague (2009 ). Lo mismo ocurrió en la reunión de Naciones Unidas que permitió llegar al Acuerdo de París (2015). Al mismo tiempo Obama impulsó innumerables iniciativas regulatorias para lograr energías “limpias”, por ejemplo la reducción de centrales térmicas que quemaban carbón contaminante. Lamentablemente cuando el Partido Republicano triunfa en las elecciones del año 2016 y es electo el presidente Trump, Estados Unidos, segundo contaminador mundial deja de ser parte de la solución para convertirse en una activa parte del retroceso ambiental, por ejemplo abandonando los compromisos de reducción de emisiones asumidos en el Acuerdo de París. Este retroceso fue acentuado aún más por el diseño de nuevas regulaciones que contribuyeron a debilitar la expansión de las energías limpias y la conservación energética.

Pero debemos resaltar un reciente hecho que permite abrigar esperanzas de un radical cambio de escenario energético en Estados Unidos y, eventualmente en el mundo, si es que un hombre como Trump con un enfoque tan negativo, es reemplazado en las próximas elecciones presidenciales por alguien más responsable por el cuidado de la Tierra. El importante nuevo hecho se refiere a la importante declaración de los “economistas sobre los dividendos del carbono”. Esta declaración fue firmada por nada menos que 3333 economistas norteamericanos, incluyendo a cuatro expresidentes de la Reserva Federal, nada menos que 27 ganadores del Premio Nobel, y dos exsecretarios del Tesoro.

Esta reciente propuesta presentada en Estados Unidos se centra en la implantación de un impuesto al CO2 que aumenta gradualmente, comenzando por los 40 dólares por tonelada. Para evitar un aumento de la presión fiscal tributaria, se propone también un dividendo periódico que se devuelve igualitariamente a todos los habitantes, con liquidaciones trimestrales. La propuesta apunta a universalizar este tributo ambiental, que simplemente reconoce el costo de esta importante externalidad negativa, aún no plenamente incorporada como corresponde al sistema de precios de las economías de mercado.

Fue claro el secretario General de Naciones Unidas, cuando al inaugurar las deliberaciones en Katowice (Polonia) en diciembre del año pasado expreso que “somos la última generación que puede frenar el cambio climático”. Esto requiere una gran voluntad política de todas las naciones, y nadie se puede hacer el distraído como hasta ahora.

El gran problema es que el tiempo ya perdido al no cambiar de rumbo energético es irrecuperable, porque no estamos únicamente en presencia de alto y creciente flujo de emisiones anuales de CO2, que bien podrá ser corregido en el futuro, sino de un alto stock de gases contaminantes que no se disipan, y permanecerán rodeando nuestra única Casa Común. Por esta razón nos alertó Francisco, cuando expresó, que “el clima es un bien común, de todos y para todos”.

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