LA CRISIS DE LA LUZ ILUMINADA POR LA CRÓNICA PERIODÍSTICA

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Leila Guerriero coordinó un equipo de dieciséis periodistas que rastreó durante dos años las causas de las recurrentes crisis energéticas en Argentina. “Voltios” es el resultado de ese trabajo que partió de una pregunta: ¿por qué se corta la luz?, aplicando herramientas del periodismo narrativo.

La ola de calor que a fines de 2013 dejó sin energía a casi doce millones de personas es el punto de partida de “Voltios”, una investigación realizada por 16 periodistas coordinados por Leila Guerriero que rastrea las causas de la crisis energética y plantea dilemas en torno al rol del Estado y las dificultades para alentar la racionalización del consumo.

¿Por qué se corta la luz? No es fácil asignarle expectativas periodísticas a la pregunta que, como un mantra, repiten miles de usuarios desencajados en el caos de una ciudad gobernada por temperaturas de fuego, privados del suministro eléctrico, en un raid que obliga a tirar comida, subir escaleras para llegar a casa y simular una cotidianidad bajo una oscuridad lapidaria, sin contar los casos de electrodependientes para los que la falta de luz se vuelve una amenaza letal.

Durante dos años, el equipo de 16 periodistas que asiste al taller de crónica que dicta Guerriero funcionó como una redacción periodística consagrada obsesivamente a investigar la emergencia energética y enriquecerla con esa captación de escena tan propia de la crónica, que en este caso permite atrapar gestos incómodos y otros signos reveladores en entrevistas cargadas de tecnicismos que no siempre resultan esclarecedores.

Como aclara la periodista en el prólogo, es evidente que una distribuidora eléctrica no es a priori un insumo atractivo para montar una épica como las que distingue a las mejores piezas del periodismo narrativo, el género que se jacta de utilizar recursos de la ficción para potenciar historias reales y no oculta su fascinación por los relatos de superación personal y las criaturas marginales.

Nada de eso detuvo al equipo que hizo de “Voltios” (Planeta), un buen ejemplo de cómo retomar una coyuntura inflamable para articular una secuencia que además de explicar el tema en cuestión –cómo fue que en diciembre de 2013 la Argentina llegó a tener una frecuencia de cortes de luz solo comparable con Jamaica– se pregunta si la energía eléctrica es una herramienta para redistribuir riqueza, si el consumo debe ser regulado por el Estado o el mercado, y si es genuino construir conciencia sobre el uso racional de los recursos naturales a partir de un aumento drástico de tarifas cuyo efecto parece más disciplinador que persuasivo.

Comandados por la mirada avezada de Guerriero, ganadora del Premio Nuevo Periodismo Iberoamericano en 2010 y autora de libros como “Los suicidas del fin del mundo” y “Una historia sencilla”, el libro se nutre de capítulos individuales y corales a cargo de periodistas que proceden de campos disímiles. Ellos son: Sol Levinton, Lina Vargas, Manuel Buscaglia, Ezequiel Siddig, Nicolás Salvarrey, Mónica Yamayel, Paula Bistagnino, Camila Bretón, Carolina Cattaneo, Dolores Caviglia, Juan Manuel Mannarino, Marina Navarro, Pablo Tomino, Carola Birgin, Guido Piotrkowski y Nicolás Rotnitzky.

P- El texto tiene una densidad inédita para un tema que habitualmente es abordado con los protocolos de la coyuntura ¿La crónica va a contramano de una tendencia de los medios a reducir los fenómenos a sus consecuencias más inmediatas?

LEILA GUERRIERO- Por un lado, propone correrse de una tendencia del periodismo narrativo a ocuparse de la violencia o del narcotráfico, mientras hay otras cuestiones que afectan la vida de la gente que no se abordan porque se consideran menores o demasiado domésticas. Queríamos ver de qué manera se podía contar esa dinámica que muestra cierta histeria colectiva en los medios cuando se desatan los cortes de luz seguida de una desaparición del tema una vez que se restaura el servicio. El planteo inicial fue cambiar el foco del “qué pasa” al “por qué pasa lo que pasa” a través de las herramientas del periodismo narrativo. Esto implica contar de manera entretenida, con tensión dramática y con reportajes donde los entrevistados ocupen un espacio, con referencias a sus tics, a cómo están vestidos y cómo se comportan.

P- La pregunta inicial acerca de las razones de la crisis energética incorpora otros focos que interpelan sobre la eficacia de financiar el consumo o si es lícito considerar al suministro eléctrico como una variable importante en la redistribución de la riqueza ¿El periodismo narrativo instala dilemas ahí donde otros formatos proponen una mirada concluyente?

LG- El periodismo de investigación intenta sacar a la luz algo que no quiere ser revelado. Dentro de esa línea se ubican las investigaciones por los Panamá Papers o los WikiLeaks. El periodismo narrativo, en cambio, apunta a otro lado y su reto más grande es responder a la pregunta sobre el por qué. No trata de sacar a la luz algo que no quiere ser revelado sino de establecer una discusión compleja acerca de un tema. Este trabajo encuentra una respuesta a por qué se corta la luz y deja la puerta abierta para discusiones sobre las cuales no existe la voluntad de ofrecer una conclusión taxativa.

P- El Gobierno introdujo una nueva variable en la problemática de los cortes: la responsabilidad del usuario en la racionalización del consumo. ¿Cómo se construye esta conciencia ciudadana?

LG- Me parece válido que cualquier ciudadano sea un actor activo y pueda decidir sus consumos y tomar decisiones que estén en sintonía con su economía y su forma de plantarse en el mundo, pero si bien hay un intento de poner al ciudadano como consumidor responsable en esta cadena creo que no hay todavía una labor de educación para ver de qué manera se puede sacar el máximo provecho de su consumo energético. No hay campañas recurrentes. La última fue la que se hizo el año pasado invitando a colocar el aire acondicionado a 24 grados, que no tuvo continuidad.

Finalmente creo que no hay un ejemplo promovido desde el Estado: uno camina por las calles y ve los edificios públicos iluminados, los partidos de fútbol se siguen haciendo de noche… hay una cantidad de recursos lumínicos puestos al servicio de cosas que en plena emergencia energética se podrían pensar simbólicamente como correlatos de la racionalización energética.

P- En el prólogo formula que “la falta de luz es un anacronismo”. ¿La modernidad nos prepara para aprovechar los avances pero nos ha debilitado para afrontar contratiempos como un apagón?

LG- Era más confortable para un ciudadano sufrir un corte de luz en 1950 que ahora. Antes cuando te faltaba la luz dejabas de tener ciertas comodidades como la heladera o un ventilador, pero hoy cuando se corta la luz te quedás sin la posibilidad de muchas más cosas: sin chance de hacer una transferencia bancaria, sin poder concretar el trámite para renovar la licencia de conducir porque ahora solo se puede hacer por Internet, y sin trabajar, como es el caso de los que trabajamos en casa. No hay una conciencia plena de cómo en el siglo XXI estar sin luz te devuelve a las épocas de las cavernas de una forma más contundente que en los 50. Como ciudadanos nos vamos acostumbrando al confort. Nos acostumbramos, por ejemplo, a que a no nos vamos a morir de varicela porque existe una vacuna. ¿Está mal eso o ya es un derecho adquirido? El Estado debería ocuparse de que sigamos sin morir de varicela y con la luz pasa lo mismo: son incluso las demandas del Estado las que nos llevan a vivir de esa manera. No hay una conciencia de lo que desaparece cuando desaparece la luz.

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